LA TARJETA
Nos encontramos después del mediodía. Mi compañero tiene la costumbre de tomar un cafecito antes de trabajar. Pero yo prefiero no tomar café a esa hora porque después me cuesta dormir.
Le tocamos el timbre a la vieja a las tres de la tarde, por la vereda pasaba poca gente. Le dijimos que era para entregarle una tarjeta que Anses le daba gratuitamente y que tenía beneficios para las compras en los comercios. Nos respondió por el portero eléctrico que no nos escuchaba bien. Siempre hablamos bajito calculando la edad de la gente que visitamos y dejamos que se escuche la palabra que más nos sirve de anzuelo y que en este caso era Anses. Cuando bajó le mostramos el sobre en el que estaba la supuesta tarjeta y una hojas impresas que tenía que firmar. La mayoría no trae los lentes, ella tampoco, así que nos hizo subir a su departamento para buscarlos. Mientras tanto, le íbamos contando los beneficios que iba a tener. Entró. Nosotros también entramos, a la fuerza.
Mi compañero enseguida le tapó la boca mientras yo miraba que no hubiese nadie en el pasillo. La vieja se puso muy intranquila. No paraba de moverse, tenía mucha energía para la edad que aparentaba. Las mujeres con la tintura desconciertan pero en este caso las arrugas mostraban sus años. Yo fui directo a revisar los cajones del dormitorio mientras mi socio la amenazaba con que si no nos decía donde tenía la guita no iba a poder decir nada más. Lo primero que largó es donde estaban las cosas de valor. Ahí me enteré de que era viuda porque encontré un anillo de oro, grande como para dedo de hombre con el nombre Rosa grabado. Le pregunté si se llamaba así y me contestó que sí. Pasaba el tiempo. La abuela no largaba más información, mi compañero tuvo que darle un par de cachetazos.
Siempre tratamos de repartirnos el laburo para que nos rinda más el tiempo. Lo único que le dije es que trate de medirse porque la empujó y casi da su cabeza con el borde de la cama. A veces se olvida que tiene que hacer que caigan sobre algo blandito, porque en general trabajamos en horario de siesta y cualquier ruido desconocido podía alertar a algún vecino. Después de mucho insistir largó la información y pude sacar los billetes envueltos en una media de nylon que estaba en la parte de arriba del armario, debajo de una valija.
Estábamos dentro del tiempo previsto así que comenzamos a guardar todo en el bolso mientras la abuela estaba sentada en el piso con un trapo que la amordazaba. Cuando salimos repetimos la rutina: me asomé para ver si había movimiento. Nadie. Apretè el botón del ascensor, subimos y salimos con la llave que había dejado la vieja en el llavero que colgaba del lado de adentro de la cerradura. Recién estaba aflojando un poco el sol y nos fuimos caminando a buscar nuestro auto. La tarde estaba linda. Antes de llegar a la casa de mi compañero paramos a tomar una cerveza bien helada, con maní.
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